Se el adulto que necesitabas cuando eras niño…

El mejor profesor de mi vida me enseñó que hay pocas cosas comparables con la emoción intelectual de ver cómo aprende un alumno. Vivir el momento en que sus pupilas se agrandan (fenómeno real, no ilusión poética) cuando su mente se enriquece gracias a ti es indescriptible. Y qué decir del momento en que un ex alumno llega a establecer contigo una discusión de igual a igual, o incluso llega a superarte. No hay nada igual: ver cómo un estudiante te deja atrás gracias justamente a lo que aprendió contigo es tu Premio Nobel como profesor. Un solo caso justifica muchos años de esfuerzos y sinsabores.

El ecosistema educativo tiene un triángulo esencial: estudiantes, padres y profesores. Lo demás es contexto. Si este se sitúa en el centro de gravedad, algo va mal. Los análisis sobre educación tienen un peligro casi invisible: la paralización fascinada por lo mal que estamos. Descalificar sin analizar es injusto y analizar sin proponer alternativas, estéril. Así que el propósito de este blog es claro: ayudar a estudiantes, padres y profesores a encontrar alternativas de mejora


Incluso con la madurez y la experiencia de los años seguimos cometiendo a veces errores infantiles principalmente con nuestros seres queridos e hijos o sobrinos o nietos porque nos cuesta distinguir en muchos casos que está bien o qué pasa la línea y los malcría.

En estos casos una de las cosas que más nos puede ayudar es echar la vista atrás, cerrar los ojos y retroceder en el tiempo hasta cuando nosotros teníamos esas edades, es decir, cuando éramos niños y entonces pensar como nos hubiera gustado que actuaran los adultos.

Se el adulto que necesitabas cuando eras niño y de esa manera a priori será más difícil equivocarse con la forma en que actuemos y tratemos a los niños que tengamos a nuestro alrededor especialmente ahora que muchos abuelos se han de hacer cargo de sus nietos.
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