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¡Mamá, no quiero ir a la escuela! Violencia psicológica protagonizada por los docentes de educación primaria.

¡Mamá, no quiero ir a la escuela! Violencia psicológica protagonizada por los docentes de educación primaria.

 Régimen Legal Docente. CIPPSV – Cumaná, abril de 2007.

Violencia escolar invisible
El texto que se desarrolla a continuación esboza un aspecto que pocos se atreven a exponer al momento de reflexionar acerca de la violencia escolar. Se trata de la violencia protagonizada por los maestros y maestras. En este sentido, se comenzará caracterizando la violencia y el modo de manifestarse en la escuela, así como los actores que la llevan a cabo. Asimismo, se mencionarán formas invisibles de violencia por parte de los y las docentes y la contradicción con lo que establecen la bases legales que rigen el sistema educativo venezolano.

La violencia escolar se ha convertido en unos de los principales retos del sistema educativo actual. Se trata de un fenómeno psicológico que debe ser abordado desde un enfoque multidisciplinario, y en el que los actores del proceso educativo han de desempeñar un papel decisivo tanto en la comprensión del fenómeno y sus implicaciones, como en su tratamiento.

Para conocer la situación de violencia de un centro educativo o de un aula de clases, así como para analizar la eficacia de un programa de intervención, interesa, especialmente, conocer el grado de aparición de los diferentes tipos de violencia que son protagonizados tanto por estudiantes como por los docentes, ya que ambos son los principales actores de la vida en la institución y dentro del aula de clases. Interesa pues conocerlo, específicamente, desde la perspectiva del estudiantado, ya que al informar desde dentro del sistema de relaciones entre estudiantes, pueden descubrirse situaciones inadvertidas para docentes y familiares.

La violencia protagonizada por el profesorado o la llevada a cabo por el alumnado, en ambos casos pueden ser de tres tipos: verbal, física o psicológica. La violencia verbal se refiere a comportamientos que suponen hacer daño a a través de la palabra o gestos, como por ejemplo insultar, poner apodos molestos o hablar mal de alguien. La violencia física es aquella en la que existe un contacto físico y/o material para producir el daño. Se puede distinguir entre violencia física directa e indirecta. En la primera, el agresor actúa directamente sobre el agredido, por ejemplo, golpear o pelearse. En la segunda, el agresor actúa sobre pertenencias o material de trabajo de la persona o de la institución a la que quiere dañar, por ejemplo, destrozos, robos, esconder cosas. La violencia psicológica se refiere a comportamientos como ignorar, no dejar participar, ridiculizar, rechazar o amenazar (Álvarez, González-Castro y Álvarez, 2007).

Tomando en cuenta esta caracterización, se pueden presentar en la escuela diferentes casos de violencia, como por ejemplo: violencia física indirecta por parte del alumnado, violencia verbal del alumnado hacia sus compañeros, violencia física directa entre alumnos, violencia verbal del alumnado hacia el profesorado y violencia del profesorado hacia el alumnado, así como un factor general de violencia escolar (ídem).

De acuerdo a esta clasificación, puede observarse que cuando se habla de violencia escolar prevalece el estudiante como el primer protagonista involucrado en los hechos. Sin embargo, poco se habla de los abusos o agresiones que los y las docentes cometen contra los y las estudiantes. Cabe destacar, que esta situación en donde el o la estudiante es la víctima de su profesor, ya el asunto adquiere un matiz de acoso. Esto es así, porque el acoso es un asunto de poder, y el estatus tradicionalista del maestro o profesor en un centro educativo es de superioridad, y que jerárquicamente hablando, aun se mantiene frente al estudiantado.

En esta perspectiva de violencia escolar se encuentran los maestros que asumen una posición implacable en cuanto a su rol pedagógico, e ignoran, ridiculizan, humillan, rechazan o amenazan a los estudiantes durante los procesos de enseñanza y aprendizaje, sobre todo en los momentos evaluativos (violencia psicológica), Y es precisamente en este escenario cuando los niños, niñas y adolescentes, especialmente si se encuentran cursando los primeros grados, le toman aversión a la escuela, porque los hacen sentirse frustrados, enojados, incapaces y temerosos, ya que no son tratados dignamente por parte de los docentes, quienes no son capaces de aceptar ni tomar en cuenta sus individualidades.

Según expertos, muchos de estos niños víctimas pueden desarrollar una personalidad insegura, baja autoestima y depresión. Algunos pueden tener reacciones agresivas e incluso, hasta ideación suicida. Hay una autoculpación, como ocurre en la víctimas de la violencia doméstica (Avilés, 2006)
Esta situación ocurre en muchas escuelas venezolanas, a pesar de que el Reglamento del Ejercicio de la Profesión Docente (2000), en su artículo 4 establece que “la carrera docente estará a cargo de personas de reconocida moralidad y de idoneidad docente comprobada, provistas del título profesional respectivo”. En este sentido, habría que subrayar “idoneidad docente comprobada”, lo que significaría que el Ministerio de Educación venezolano debería tomas acciones plausibles para verificar que el docente, antes de ocupar un cargo, sea competente en su profesión para asumir el reto de educar.

En este orden de ideas, se pudieran describir muchas situaciones en las que un docente asume claramente una actitud violenta en contra de un estudiante durante los procesos de enseñanza y aprendizaje. Sin embargo existen algunas situaciones en que la violencia es casi imperceptible, o al menos no son consideradas como violencia por parte de estudiantes, padres y otros maestros, pero que un conocedor de los derechos y las leyes que protegen a los estudiantes no dejaría pasar desapercibidas

En este sentido, se pueden tipificar un tipos de violencia escolar en contra del estudiante que llamaremos invisible. Se pueden agrupar, en primer lugar, algunas prácticas incoherentes en el proceso de evaluación en su forma de participación externa que realiza el docente a los estudiantes. Cuando la heteroevaluación se realza en el sentido docente-estudiante, el primero generalmente viola constantemente la integridad moral del alumno de forma indiscriminada. Durante esa forma de participación evaluativa, es habitual que el maestro compare públicamente los resultados del rendimiento estudiantil y el ritmo de aprendizaje de unos estudiantes respecto a otros, destacando los aspectos negativos de los, según él, “menos dotados” respecto a otros con “más facilidad para la adquisición de habilidades y destrezas”.

Esto es así siempre que en nuestras aulas, los docentes poco se ocupan de los procesos y progresos de cada estudiante, sino que por el contrario emprenden desde el primer día de clases el obsesivo ejercicio de la mal llamada nivelación, con la cual pretenden que todos los estudiantes alcancen un ritmo similar de aprendizaje, cuyas habilidades y destrezas, predeterminadas por el docente, deben ser demostradas a través de sus producciones escritas, orales, gráficas, entre otras. Como si esto fuese posible de lograr, los docentes obvian de su praxis la idea de que cada estudiante posee su propio ritmo de aprendizaje y en base en ello deben recibir atención individualizada.

Asimismo, el tipo de interacción que el maestro o maestra establece corrientemente con estudiantes en el proceso heteroevaluativo, es parcial, inflexible, intolerante y poco democrática. El docente aplica los mismos instrumentos y estrategias de evaluación para todos los estudiantes, en el mismo momento y con los mismos contenidos, sin tomar en cuenta su propio proceso ni las necesidades del contexto biopsicosocial de cada niño, niña y adolescente.

En este sentido, puede decirse que los docentes que se conducen del modo antes descrito durante el proceso evaluativo, estarían contraviniendo lo expresado en el artículo N.º 8 de la Resolución 266 (1999) sobre el régimen de Educación Primaria en cuanto que la evaluación se define por ser, entre otras características:

…ética: por el carácter de la relación interpersonal de alumnos, padres, representantes, equipo interdisciplinario y auxiliares de aula, basada en el respeto, tolerancia e imparcialidad de todo aquel que asume la postura de evaluador… flexible: adaptarse a las necesidades de contexto social donde esté inmersa la escuela, por eso no deben establecerse criterios uniformes para la evaluación… individualizada: cada niño se compara consigo mismo en el proceso de adquisición de conocimientos…
En segundo lugar, está la forma impropia como se desarrolla el proceso de enseñanza propiamente dicho. Durante este proceso, que es el centro mismo del quehacer docente, normalmente se cometen actos de violencia psicológica en contra de los estudiantes que no exhiben la característica preferida que los docentes esperan, esta es: que sepan hacerlo todo.


A menudo se ven casos en los que un docente, durante una jornada de clases, ordena a niños de 7 u 8 años a realizar ejercicios como escribir ocho páginas de caligrafías con letra legible y en estilo cursiva; aprenderse de memoria la tabla de multiplicar del 7; escribir los números de 5 en 5 de forma regresiva del 3000 hasta el 5; escribir 10 palabras agudas, graves y esdrújulas, entre otros (son ejemplos reales). Todo esto sin aplicar una estrategia metodológica adecuada para darle sentido a estos contenidos y sin tener previamente un objetivo significativo para la realización de estas irracionales tareas, sobre las cuales además, suponen los maestros que los estudiantes deberían poseer habilidades y destrezas previas.

Pero aun hay más, en caso de que los niños no lograran hacer estas tareas en la escuela en el lapso que le indiquen en el salón, llevarán una nota negativa y vergonzosa en sus cuadernos a casa: “No realiza las actividades en el salón de clases”. Nos preguntamos entonces ¡Cuál es el papel de los docentes en la escuela? ¡En qué basan sus estrategias para la enseñanza? Si es que enseñan algo con esta práctica, ¿Cuál es el propósito u objetivos que quieren lograr en los estudiantes? Vista de esta forma la práctica docente, pareciera que el único propósito es acosar y torturar a los estudiantes, pero claro, recordemos que el docente entonces tiene una capa de invisibilidad, y por lo tanto su violencia es invisible a los ojos de los demás actores del hecho educativo.

Otra faceta de la violencia psicológica en el proceso de enseñanza, es la que se da cuando un docente se enfrenta al reto de crear las condiciones para que un niño con dificultades para el aprendizaje aprenda. Es alarmante la regularidad con la que los profesores hacen estas sentencias: “Tú deberías saber hacer eso”, “Yo no voy a atrasar la clase por ti”, “Ya yo expliqué”, “Se terminó el tiempo, entrega el examen”. Con semejante tratamiento a los estudiantes en el salón de clases por parte de los profesores o maestros, no debería extrañarnos oir a nuestros hijos decir “Mamá, no quiero ir a la escuela”. Pareciera que los una gran mayoría de docentes venezolanos, no consideran el hecho de que prestan un servicio a seres humanos con derechos y deberes consagrados en nuestras leyes, con igualdad de oportunidades de integración, inclusión y aceptación en todos los ámbitos de la vida.

Si revisamos el marco legal venezolano sobre los deberes de los docentes, podemos reseñar en el artículo N° 6 del Reglamento del Ejercicio de la Profesión Docente (2000), este debe “observar una conducta ajustada a la ética profesional… y… dispensar a los alumnos el respeto y trato amable, acordes con la investidura docente”.

Cuando se es docente, se deben crear a los estudiantes las condiciones para el alcance de los aprendizajes y propiciarles las herramientas necesarias para que desarrollen sus competencias. Sin embargo, mucha de la realidad es totalmente opuesta al estado ideal de las cosas en este proceso, como se ha venido exponiendo.

Puedo pensar en dos razones, aunque no lo justifica, por las cuales creo que nuestras aulas se han convertido en un espacio para la violencia psicológica por parte del docente en contra de los estudiantes hasta el punto de hacerles insoportable su estadía en la escuela. Por una parte, está la propia violencia que se experimenta actualmente en el hogar, atizada por los medios de comunicación y las redes sociales y que son reproducidas por los usuarios como una suerte de pandemia. Por otra parte, la mediocre preparación profesional y el decadente perfil ético de la carrera docente en un gran número de nuestros maestros, en parte producto de la desmotivación hacia su carrera, atribuible ello a las epilépticas demandas de las políticas educativas una vez actualizadas, a la inestable administración del sistema educativo en las provincias por los cambios de autoridades, a las injustas condiciones en que los muchos docentes desarrollan su trabajo pedagógico, esto es muy bajo poder adquisitivo, muchas escuelas aun sin las mínimas condiciones para desarrollar los procesos educativos, hacinamiento de estudiantes, entre otras.

Estos aspectos se conjugan para ser responsables, en gran medida, de la configuración del perfil del docente actual en cuanto a su negativa interacción interpersonal con estudiantes. Para grandes males se necesitan enormes soluciones, pues, para una intervención orientada a corregir la violencia psicológica protagonizada por los docentes, se requiere el apoyo del Estado en materia de asistencia a los afectados de violencia escolar. Tanto víctimas como victimarios necesitan de una orientación psicológica a tiempo, y de la dignificación de sus condiciones. Las bases para todo ello se encuentran establecidas en el régimen legal docente venezolano, sólo hay que activar los mecanismos para hacerlo cumplir.

REFERENCIAS
ÁLVAREZ. D., GONZÁLEZ-CASTRO, P., Y ÁLVAREZ, L. (2007) EVALUACIÓN DE LOS COMPORTAMIENTOS VIOLENTOS EN LOS CENTROS EDUCATIVOS.
AVILÉS, J. (2006) ACOSO MORAL EN LA ESCUELA, EDUCACIÓN EN VALORES.
REGLAMENTO DEL EJERCICIO DE LA PROFESIÓN DOCENTE (2000)
RESOLUCIÓN 266 (1999)
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